En el 24 de Agosto de 1669
mientras que los franceses
se habían ido,
el valiente Morosini
luchó de nuevo
contra los otomanos
y a pesar de los mercenarios italianos
que abandonaron enseguida
sus puestos
a la hora del ataque,
él aguantó junto con los alemanes
de Baviera
y de Brunswick,
tomando la espada con una mano
y la pistola con la otra
y así repeló
incluso a los jenízaros
para salvar
una vez más
el Gran Castillo
de la condena
de la barbaridad,
porque Morosini quería
que la Cruz viviera.