15946 - El castillo de Michele Sanmicheli
N. Lygeros
Traducción al español de Eduardo Lucena González y Olga Raptopoulou
Él había conocido a Michele.
Y sabía de la resistencia del castillo.
Era uno de los escasos arquitectos expertos en asedios, poseedores de una imagen completa del Mediterráneo.
Había visitado Corfú, Creta y Chipre.
Había aprendido desde cerca el arte griego.
Por ello vemos en sus obras capiteles dóricos.
Sus iglesias y palacios mostraban su sensibilidad por el valor de la piedra.
Y sus fortalezas el respeto a los hombres que protegían.
En Famagusta, su castillo dominaba el mar como un antiguo teatro griego,
porque sabía del valor del mar y su importancia.
Su protección se basaba en una estructura de cuatro esquinas y un profundo foso.
El invasor debía, pues, darlo todo para tomar muy poco.
Al principio los otomanos creían que con los jenízaros se las arreglarían fácilmente.
Pero cuando los enviaron para el primer ataque con el fin de impresionar a todos, fueron rechazados por la caballería veneciana.
Y esto provocó no sólo sorpresa a la mayoría, sino además pavor a los expertos.
Famagusta no aceptaría ninguna rendición sin un duro batallar.
Los habitantes de Famagusta no pertenecían a los que huyen antes incluso de ver al enemigo.
Se quedarían hasta el final para proteger su tierra.
Esto fue lo que sus enemigos entendieron.
Así que cambiaron de estrategia.
Y abandonaron el avance frontal.
A partir de ese momento utilizarían la artillería.
Veinticinco cañones y cuatro bocas de fuego comenzaron a bombardear sin piedad
la ciudad y a quien se pusiera por delante.
Sin embargo, no habían previsto la tenacidad de los leones de San Marcos.
Y con cada golpe, aunque les hiriera, se crecían en la batalla.
Pensaba en ellos cuando terminó la noche.