15945 - La cabeza de Niccolò Dandolo
N. Lygeros
Traducción al español de Eduardo Lucena González y Olga Raptopoulou
La noche no había terminado.
Y tenía en mente al Gobernador de Nicosia.
Y no sólo los actos de la barbarie.
Porque sabía que había resistido durante dos meses a la invasión de la barbarie.
Tampoco podía olvidar la obra.
Porque su muerte no lo borró todo.
No era como aquellos que recuerdan a Bizancio únicamente por su final, por su toma.
Llevaba en sus adentros los once siglos.
Y el mayor imperio en duración era un ejemplo a seguir para los que vivían con la estrategia.
Incluso si ello fuera con la cruz en la mano.
Tampoco podía olvidar que la cabeza de Niccolò Dandolo continuaba su obra
incluso tras el fin.
Puesto que ni muerto influyó en Bragadin o en Baglioni.
Podría estar mutilado por los otomanos. Nada cambiaba.
Fue enterrado en Famagusta con todos los honores.
Porque esta cabeza había resistido hasta el final.
Nadie se había olvidado del asedio a la Ciudad y de los caballeros cruzados, y tampoco del contraataque con las cabezas y los cañones.
Poco a poco se veía atardecer y un cambio de época.
No era posible que la barbarie siguiera siendo dominante.
Malta, que era tan pequeña, no le había dejado ningún margen.
La había expulsado con el rabo entre las piernas.
Sin posibilidad de regreso.
Pero en este punto Venecia seguía tardando.
Miró las estrellas.
Indicaban ya el camino que debía seguir para estar junto a los sitiados que resistían desde hacía tantos meses.
Los imaginaba como estrellas en la oscuridad de la noche junto con su Gobernador como faro.
Lo estaba esperando ya.
Y habían tardado.
Pero lo encontraría con vida.